Leopoldo Lugones

La historia se ambienta en un calabozo donde cosechan tubérculos los emisarios del cacique. Ya de pique el lector puede (y la lectora quiere) escatimar las primeras decenas de páginas sin encontrar más drama que "Darcy descubre en sus entrañas un cascarudo semental, infatigable y fogoso, al que decide ponerle de nombre DOSMILSIETE, ya que ese era el año de los...". La habilidad de cercenar la patilla es puesta en duda en base a recursos adultos como el predicado fósil, anagramas sin hipoclorito, nexos beligerantes y tintineos Marxistas en la cadera de la mejor biblioteca de la zona. Sin amargo, lo crucial emerge como tu mano ayer domingo: una bolsa de nylon transparente se atora en el almuerzo a causa de que su compañero de trabajo, espantado de estatus y drogas revenidas, cocea el interior de una reflexión sobre el maridaje entre la cerveza Warsteiner (premium verum) y los amorosos, blancos, plácidos, largos, suaves, cálidos, marmolados, tersos y dulzones muslos voluptuosos y eternos de una gruesa vampiresa disfrazada de sencilla estudiante de cualquier licenciatura de mierda a las siete de la tarde de hoy.

Ni modo que al volver de lugares tan comunes como el especial énfasis en la contracultura de los columnistas más deseados del siglo, hemos sabido yo apetecer este novísimo material etéreo que la parca dejó en su camino al maullido. Se trata ni más ni menos que de una sensación audible, ya porque la historia que nos recrea fabulosamente la actriz, es una mezcla de ternura (propia del inductivismo de autores como Silvio Berlusconi, Natalie Imbruglia, Fray Bartolomé Carrasco y otros) y desolación. ¿Por qué apostar a lo viperino en la Sudamérica del hoy? No hallo su caballo, Lord.

El final es una interesante retrospectiva sobre la cantidad de palo que sumaste estos meses y muy a pesar de ello aún apestás a talcos que decantan en el fondo de los galpones donde las ovejas esperan a los gusanos. Una propuesta que no colma en un momento donde los apicultores están más que ovalados por la sequía y la muerte de los golletes. ¡Y yo que tantas mesas de bares he dejado por tu tolerancia, sex appeal y tazas de Gancia!