Gustavo Adolfo Béquer

Y dulce de membrillo de postre. Estos días cálidos nos hacen ahorrar gas.
A todo esto me imagino que la lectora avezada podrá secundarme con los apóstrofes que trae el texto apasionante que nos deja otra de las maravillas del mundo (años hace que no escucho Portishead y seguiré). La novela, encajada en tono de ensayo ficticio sobre la población ovárica de un niñato comatoso, destaca (o pretende destacar) las relaciones un tanto melosas sobre una esponja de aluminio que un leñador, munido de camisa a cuadros y camiseta de franela,  consume pensando ávidamente luego de que (pará que me fijo en El País...) en el gobierno y en el Frente crece la presión sobre los comunistas.

Aquí el aluminio claramente no es otra cosa que una metáfora sobre la introspección que proponía Lacan para salvaguardar en aquel entonces a una Europa occidental angustiada por el acopio de clítoris en forma helicoidal si hay para todos los gusto en haberla conocido un poco antes para sacarle la ficha y no vejar la confianza tan demorado. El abuso de la poetisa (Earl Grey) por parte de costosos sinónimos es extremadamente enjuto y solemne. Ni el niñato comatoso ni el dolor del ciruelo penitente logran acercar al lector a un espectro sano de lo que intenta decir esta gacetilla de éxito mayúsculo en la gente que duerme en la calle y hablo bien lejos de eso porque el silencio es bueno para los que se mueren y no sabés por qué. A mi nunca me va a pasar porque soy bueno y de buen pasar. Ni sueño. Pero veo los charcos de los orines dibujando pequeñas estelas que quisieran gritar con los dos comodines en la mano. Y canto copadísimo cualquier cosa que venga del norte y suene o películas de Kiyoshi Kurosawa en un corazón tornasolado y bombeante con forma de ceguera calculada a mano toda tu vida. Dice toda tu vida.
¿Apostamos?