Lope De Vega



Un día soy gótico. Tuve dos perros: Lázaro (incontables veces salvó mi víscera de las garras de la tiendita de caramelos exagerados del norte mismo de la prisión de tus pechos calientes) y el otro can. Mis amigos habituaban cuestionar la bisexualidad del licuado tipo fruta con ron que nos aguijoneaba como almanaques en unas noches de península ósea y aquel solcito de los primeros tiempos fue insalubre. Mis ropas no bajaban de catorce, pensándolo bien. Cuando íbamos entendiendo la pedagogía (llamada así por estar constituida íntegramente por Estocolmo, un durazno pavía, las medias de un cosaco y siete mesoneros de la tabla redonda y el termo más involcable del universo conocido y tu temor más pequeño y más dañino, como la filosa daga que ultima al pobre cochino que será harto alimento de toda la familia embustera que lo ha criado desde un comienzo con el clásico de los clásicos objetivo de atosigarlo a pan remojado en las lágrimas de su propio futuro) y me picó la lastimadura. La persiana hizo una guiñada y un par de gotas de sangre emergieron rápidamente que fueron fagocitadas en un calculado rito oscuro y ominoso por aquella piba del Facebook que jugaba al Mafia Wars con la cabeza de lado y ciertas estructuras cromosómicas que parecían encajar lentamente en la descripción de aquello... La clase media. Las paredes del castillo y el coquito de la flauta. La besé. Me besó. La medí. Me pidió. La perdí. Me pifió. La serví. Me cercenó. Subió sus Lacoste y unos posters de Sheldon Cooper parecían flecos entre y aunque lo leyeras directamente desde mi boca de DJ francés. La noche silbaba toallas higiénicas. Los señores parecían gorilas. Los ladridos de los perros atravesaban por completo el ruido ensordecedor de la caravana y los árboles se debatían entre hacerse una jabalina con las profundidades de aquellas reuniones que manteníamos con resaca en una monumental pero ordinaria servidumbre de paso. Hoteles, mantas térmicas, bolsas de la velocidad que serán una delicia porque el tiempo está condenado a llorar en forma de examen que cuando el primero de tres puntos llegue a caminarnos por el orgasmo, perderemos ipso facto ahora sí, cualquier constancia que hayamos tenido de la existencia y presencia de la canaleta. ¡Y fui curador en una boutique de lanas de reto a muerte! Pero esa, queridos amigos, esa sí que es otra historia. Qué lindo. Y memoriosa, eh.