Muchas nenas me vienen a preguntar: ¿qué leo en agosto, Sick? Seguramente teniendo en cuenta de que la literatura se rige por los estados de ánimo de quienes escriben. Y no es lo mismo (sodomía) profanar el papel en blanco cuando uno quiere abrigarse que cuando uno quiere calzarse los shorts y sumergirse en latones llenos de niños índigo que tropiezan con los anillos de Karl Popper y se juntan a bostezar bajo los efectos adversos de las lunas se resbaló tan limpiamente que creí ver sus trofeos envueltos en papel brillante y gelatinoso, los dólares que la sangre me tiene a cuentos todos los días. Y los cigarrillos prendidos aullaban un lúbrico conteo regresivo bajo luces del siguiente color que describiré a continuación: miedo, politeísmo, cofre, yugular, errar, errar, errarle y matarme de sacar la billetera en el pub. Por suerte estaba Tania, una mujer de uñas infinitas y soldados hembra, que comenzó su vida a través de proclamar su columna vertebral como un trueno que terminaba exactamente en el centro mismo del culo. Morocha, claro está y simpatiquísima. Ella sabe muy bien de qué va el sentirte tan gaseosa como un alambique podrido que va destilando en negro las gotas del licor de lágrimas de dulzura o pilas viejas, que soltaron el ácido marrón en la Spica roja. ¡La calle estaba bajo tensión! Tania se agachó despreocupada. Un anillo de jade. Una alfombra preciosa y erecta, delicada, mullida, ansiosa como las camas de las primeras veces, donde éramos como alces que chocaban los libros a la entrada del docente y nos encajábamos cualquier Agua Helada en la boca. Circuló alrededor del kiosko y se lo puso en una imagen que boceteaba cálidamente los precipitados besos húmedos de linyeras atolondrados por el hambre. Unas gotas de alcohol caían porque es la forma en la que sencillamente puede caber la idea de una literatura que brinda asilo de aquellas premisas que diferencian "tiempo" de "clima", y errores ortográficos de un habla tan lacanananiananana en las pelusas que salen de sonrojadas mejillas a vomitar los deseos más sublimes que el ombligo puede albergar. Una pendejita que se toca las piernas, un vaso de vidrio, unos cupcakes de almendras y chantilly, e hilar finísimo, pisando huevos, mientras la estufa soporta el peso del monitor lleno de letras y nos vamos dando cuenta, como en escalones al averno, que todo el que usó el reloj, en algún momento sudó sábados...
¿Qué me contás? Servicio.