Entrenate para sugerirme todo lo que puedo hacer para evitar que me sigas día tras día blandiendo tus poros al sonido harto doloroso de la Spica fatal que llevás desde el partido de los bolcheviques alterados. Y el soberbio acto te desprecia, así que vení y te abrazo con mi barba de tres días. Y el sobaco. Y el candor. Y la telita se te rompe en tres mil doncellas desabrigadas y una pizza excepcional (petisa, risitas). ¿Viste cómo chilla el ride? Cantan igual porque es música indie. Serrat no canta ni igual a él. Pero los diplomas llueven en tonos de gris cansadamente por los accesos a tu garganta desnutrida de cigarrillo y campanilla.
¿Y todavía acelerás al escuchar la pandereta? ¡Vamos! ¡No te quedes empanada en un plato que nadie paga, nena! ¿O es que te tintinea la conchita de tanta perra que chupaste con hedor a mirra, oro, lima nueva y lunas de aceite? Porque en ese caso, yo me caso y vos te vas al campo ese de maíces exagerados donde cada manual de lectura híbrida carcajea de misterio. Literatura descompensada no vayas a leer. Si supiéramos no vendríamos al shopping en días de sol, con nuestros bocetos bajo el brazo, mate, termo y guarangadas de boletos trasbordo. O este disco está bien hecho, y ponemos un mantelito en una playa de las de Rocha mientras yo me masturbo encerrado en un hábitat y vos, en bikini, le vendés mis textos encuadernados a las mismas pendejitas que me van a ayudar a lamerte en la noche, con gusto al aguinaldo de junio en sus fábricas snob. Corre el auto. Paso la página. Violín en polvorosa y lo pies embalsamados. ¡Y que las balas me arropen girando en tricolores insultos que no sé! Te amaré dentro de un mes. En una reposera. Leyendo a un italiano. El café se acabó ahí. Y es cierto lo del azúcar.