El primer capítulo, Una de cal y otra de arena: satisfacción y pinzas morsas de oriente, es una bomba de tiempo a los oídos del lector avezado. Extiende su tap tap tipi tape (como Zipi y Zape) lagarteando los preguntos sistemáticamente defenestrante y percudiendo las sábanas como culebrilla de estanque. Arroja, medita, cachonda y soberana, sobre las perplejidades del sistema bancario africano del siglo XII.
En el segundo capítulo, la actriz instala una doble atención a las estructuras literarias de fines de los años 1981 y 1987. Claramente el nombre es una guiñada a las dictaduras de latinoamérica y a Pablo Escobar: De como le tupí las guaridas a mis conejitas druidas. Allí Amanda atraviesa una casta imagen de paladares supurando materia y pétalos rozando las axilas de algunos alemanes que prefiero ni nombrar: prefiero ni nombrar, te dije.

El tercero, y a mi criterio, el más coyuntural de los cíclopes trashumantes que la secretaria ejecutiva manosea con su siempre inquieto facebook lacónico y (Die Reiven) tronchante manojo de partículas subatómicas en serio. Donde vea otra mina con calzas blancas me acabo es una aguda crítica sin pelos en la lengua a la caprichosa forma que tienen las aletas caudales de algunos peces y como se repite ipso facto en las cajas de caudales y en todo lo que el lector puede relacionar con besos negros, papel higiénico, inodoros, enemas, estreñimientos, sodomía, laxantes y otras nimiedades del carácter. Si pudiéramos resumir aquí el capítulo en dos palabras (que se puede) diríamos: planificación familiar y gel.