

Nos tranquilizamos en cuanto me afeité la pocilga. Aceite. Óvalos. Leche. Pringosa realidad por fuera de los pantalones. No otra cosa que el pudor o el llanto de nenas bien me hacían mecer escuchando mis amados LPs de APHRODITE y sentir la humedad tontita de cuando sacás el pómulo y ella se cae derretida, con ablaciones diversas y las manos flacas, elegida por mí en un sinuoso proceso de cuatro drum & bass y un ocho de bastos. Números pálidos, ya lo sé, pero vientres de pan. Me daba terror conseguir que se arrastraran mientras los súcubos nos montaban como las garzas tienden al atropello gubernamental de una jubilación cada vez más precoz y estallaban los ministerios. ¡Ya nadie se acuerda del Concorde! ¡Solamente tú y yo estuvimos compartiendo un dígito en esa celda, gavilán colorado! (y teru teru) Horas de huelga de hambre de horas de huelga decirlo, supimos chocolate bariloche decidiendo el futuro de una compresa que llevamos desde las termas hacia tonadas de tajear brazaletes. Fuimos héroes y una película de éstas, muslos brillando de sudor, los vellos de mi pecho haciendo camuflado camping entre tus senos, el vino (¡¡¡cepa Syrah o morir!!!) chorreando de los sachets, la elaboración secundaria del sueño que estamos en un bote, tú remas y yo reboto, tus flemas y un carozo, y cuando el mesías se arremanga los bajos del jeans Wrangler (The Spirit Of América), me despierto en el salón vacío con un gargajo en la muñeca y el honor impoluto. Las alumnas se han bebido la mermelada. ¡Qué ruta!
Y soy un magnate. Veo tu estupor.