Julio César Castro

Cuenta la leyenda que un día se reunieron todos los sentimientos del hombre y la mujer a tomar un descanso de éste y ésta, y a satisfacer sus más pretéritas banalidades. La envidia fue quien propuso ir a la playa, ya que quería envidiar el rumor de las olas que lamían las orillas. La paciencia le inquirió que no se apurase, que no era necesario, pero la ansiedad le susurró a la angustia que ya no podía esperar más, y ésta última se angustió (¿causalidad o casualidad?). También fueron el amor, la suspicacia, el honor, el desenfreno, la ira, la lujuria, el aburrimiento, el desprecio, la furia, la confusión, el odio, la indecisión, la indiferencia, la felicidad, la frustración, el anhelo, la pasión, la nostalgia, la sensatez, la vehemencia, el desagrado, el enojo, el respeto, la tristeza, el coraje, la decepción, el miedo, el egoísmo, la lealtad, el rencor, el entusiasmo, la tranquilidad, el cariño, la esperanza, la soberbia, la crueldad, el orgullo, la culpa, la lástima, la euforia, el querer, la compasión, la ternura, el temor, la simpatía, la repugnancia, el fastidio, la audacia, la admiración y el asco.


Cuando hubieron de llegar todas y todos, la algarabía les comentó de cierto chisme que hubieron de escuchar, y la locura huyó por los campos de la mano de la incertidumbre y la aflicción. Tan tan lejos fueron, que se perdieron. "Vayamos a buscarlas" propuso la desesperación visiblemente turbada por el acontecer. Los y las demás la miraron con ojos desorbitados y la vergüenza les habló "¿No sería mejor que nos quedásemos algunos y algunas en este sitio aguardando al bienestar? No tarda en llegar." "¿Y tú cómo lo sabes?" preguntó a su vez el desasosiego. Y todas y todos estuvieron de acuerdo, menos la humillación, que les habló de esta manera: "Hagamos un fogón en la noche y aquellos sentimientos menos sensibles se adherirán a la cola de una estrella fugaz y cabalgarán de la mano del primer unicornio que se acerque a beber de las aguas de la fuente." Así fue que todas y todos acordaron la fogata nocturna al ritmo de las músicas y las danzas. Pronto los colores del fuego dibujaban animadas figuras en los contornos de las sombras iluminadas por la luz parpadeante de las chispas noctámbulas.


Al amanecer, cuando llegó la hora señalada por el rocío del alba, el bochorno comenzó a comer sin descontrol, babeando a la soledad y haciendo que la amargura se fijara en los ojos punzantes del remordimiento. Pero al soltar la almibarada copa de licor sobre el centelleante fuego de la barbacoa cenicienta, le quemó las yemas de los dedos al pavor y éste se despertó gritando tan fuerte que dejó sorda a la sorpresa y consiguió hacerse de los cuidados inmediatos de la soberbia, mientras la serenidad y la ilusión lograban orinarse la una a la otra de las carcajadas que el susto le robaba a la avaricia. Desde entonces, se dice que el júbilo es inaudito, y la humildad camina para siempre tirada por los gruesos bueyes de la gratitud y la melancolía.