Arthur Rimbaud

Conciente de todo esto, empero disiento o al menos me tomo la libertad. Tus planes han sabido escalfar mi chocolate en una sedición sin límites y uniendo los cabos disueltos. Y buscas en el diccionario a cada rato, te puedo ver y te siento calmarme. Allí, un microscópico cohete se escapa de tu culo urdiendo un plan. Más y mejor y más a mi favor. Porque en la punta misma de esa ventana se encarama un cisne y un pensamiento. Éste último es una fragata que maneja deportivamente por toda la semana Santa y mi bacalao con tus garbanzos. Otro cohete. Otro más, y transpiro con la boca abierta, indecente. Puta fatal. ¡Ya lo sabíamos! ¡Qué estilo! ¿Qué aprendemos? Total...
Aporta, eso es seguro. Hay una tonelada de eventos ahí afuera que se comen las raíces no teñidas. Si el nuevo Papa es la muerte de Chávez o estamos mirando fijamente el interior de la heladera hasta que el frío del piso chupa los pies descalzos en un tobogán infeccioso y pútrido de alegrías infinitesimales, como agujas y como al mediodía, en una bandejita de espumaplast sin valor, ni siquiera alcanzando la mínima dignidad para soportar encima el almuerzo y lo que me llena. Como tu pena. Y aún no te has despertado.

A veces creo que eres un renacuajo con un orto delicioso. A veces creo que sos un eje.

Y allí va otro cohete.