Juan Ramón Giménez

Hace un tiempo, en un paraje sincero, existía un reino sumido en una lúcida y benevolente monarquía. Así y todo, su rey, un joven tan bravo como justo, no estaba conforme con sus horas de aquello. Sentía que debía hacer más por su pueblo, que no alcanzaba con obrar en el justo renglón de las cosas. Así que se dirigió a su principal asesor y le consultó sobre ello.

"Su majestad debe salir." le respondió el desgraciado.

Ataviado con humildes ropajes para no captar las miradas y poder hacer desde las sombras del anonimato, el joven rey salió del pueblo principal hacia las villas fronterizas, desafiando toda la realeza que le había sido encomendada por la sangre y la herencia. A las pocas horas de andar, para su sorpresa, se encontró con un pordiosero que llevaba una bolsa de titilantes luces amarillentas sobre los hombros. El rey pensó en entablar alguna conversación para sacar información de donde jamás hubo de hacerlo. Era su momento de innovar. Pero no llegó a articular palabra alguna cuando el más común de los comunes le habló primero: "Las únicas palabras que se permiten rimar en la cabeza son moist, noise y voice, su majestad"

"Su majestad debe salir." le respondió el patético.

A las pocas horas de andar, para su sorpresa, se encontró con un herrero cuya mano derecha había sido sustituida por una vasija de barro repleta de flores. El rey se inclinó hasta casi besarle y éste le musitó al oído: "Advierte, mi joven rey, que los varones posan la mochila en el suelo y las damas sobre su falda."

"Su majestad debe salir." le respondió el miserable.

A las pocas horas de andar, para su sorpresa, se encontró con una ninfa que acariciaba cándidamente el endurecido cabello de un afrodescendiente. La hermosa mujer le habló, pero fueron los labios del moreno los que se movieron: "Las gentes cierran las ventanas de los ómnibus como si la lluvia fuese de gusanos, su majestad."

"Su majestad debe salir." le respondió el desdichado.

A las pocas horas de andar, para su sorpresa, se encontró con un monótono grupo de ateos que predicaban la libertad de culto. El más sensible de ellos, alzando la quijada hacia la bóveda celeste, le dirigió la palabra: "Luego de la masturbación, los acuerdos no desaparecen ni se modifican, mi rey. Simplemente cambian por completo."