Alejandro Dumas

Ya que dejaste un pelo en el teclado te cuento. Ayer, cuando salimos de la facultad, me hice hombre. Por unos cuantos pesos le compré al hombre del puestito un libro versátil sobre una historia apasionante que terminé devorando a la noche como si fuera un recién llegado. Me emocionó casi. A la deriva, en un bote endeble y con escasas posibilidades de sobrevivir, un bebé de seis meses y una hiena quedan. La hiena, animal carroñero e insensible, representante de todo lo malo, lo instintivo y bestial, lo asquerosamente real. El bebé encarna la vulnerabilidad, lo magro y bobalicón, lo inerme y previo, la indefensión, la inutilidad y la inocencia. Juntos emprenden una travesía en la que pronto se dan cuenta de que su única probabilidad de sobrevivir es confiar el uno en el otro.

¿Cómo sé que la hiena se da cuenta? ¿Cómo sé que el bebé confía? ¿No estarán fingiendo? Mueren sepetecientos millones de personas por día, ¿y a mi me interesa la vida de un bebé en un bote tragado por el océano? Casi me emocioné. Sentí que compramos de todo, que todo tiene un valor y hay que hacerlo valer y que la forma de hacerlo valer, es comprándolo. Y no es consumismo, eh. No, porque ese ejemplar es inconsumible. Mi amiga la tarotista incluso dice que lo único que es, es comprable. Trata de hacerme entender que ni siquiera es legible. Yo intenté consumirlo, claro está, porque para eso nos hacemos dueños de las cosas y las gentes (no te rías que vos también decís "nuestros indios" y "mi mujer") pero me fue inconsumible. ¡Y eso que soy culto! ¡Y tengo muchísima capacidad de consumir porque lo aprendí en la facu llevando la mochi! Ojito que también aprendí a ser crítico y un as de todo lo socio-político. Y no compro cosas por comprarlas, compro porque las necesito. Me emocioné casi.
¿Cómo sé que la hiena es insensible? Porque come carne de animales muertos. ¿Cómo sé que el bebé es inocente? Porque aún no se ha demostrado lo contrario. Andá a dormir.