Juan Carlos Onetti


Leo las palabras en cinta de algún suplemento cultural violado, me gusta relevar pornografía infantil. (Ya quisiera yo trabajar ahí). Tomo un café bien cargado antes de cerrar los ojos. Prendo un cigarro y el humo me hace recordar el aspecto que tendrán mis pulmones en las placas de un rayo x o z. Antes de morir veo esa foto del viejo puto, la que está con un revolver en la mano. Pienso en las que se habrá cogido, la de ortos que habrá peinado ese cañito. Me excita el olor impregnado en la punta, irresistible para todo letrado que se precie de tal. Dicen que partículas microscópicas de caquita de más de una pueden ser halladas en las paredes del tubo. Imagino a las mejores narices de nuestro país prontas para el gran desafío. Con una buena biografía en la mano y el chumbo de la otra se lanzan a descubrir a qué intestino pertenece ese murmullo digestivo, utilizan para la ocasión nada más que sus fosas nasales. Oh, mi corazón no late más, pero siento una voz de presentador de circo rezando: “hay mucho ano de puta que no permite apreciar claramente la poesíaaa”... “se ha dicho que a más de uno supo peinar don Juan Carlooos, lo que aumentaría el hedor a mierda y por ende nos alejaría más del arteee” ... “puede que entre esas emanaciones masculinas encontremos por lo menos un pedo literariooo, aunque no sea uruguayooo.” ¿Lo habrá usado en Buenos Aires y en Madrid? Tal vez ese artificio sólo lo reservaba para uruguayos/as, y con la foto trató de señalar -en una metáfora penetrante- la pequeña puerta al gran mundo de las letras nacionales. Un amigo me encuentra en la playa hecho un (n)o-vi-llo– también soy re loco-respirando entre las hojas del diario.


Texto publicado por GORNO