Pablo Neruda

Gregorio Samsa, a menos que yo me equivoque, pudo ser un empleaducho polvoriento, sucio y RAVIOLES, con el traje mal puesto y la corbata "Domingo, seré como tú". Pero hay algo que yo jamás le dije a la profesora de literatura de quinto año... Cuando ella preguntó que era lo que más nos había llamado la atención, yo no dije nada. Pero mi silencio no era cierto. A mí me había llamado mucho la atención que Gregorio percibía a su patrón como un amo. Esa era la palabra que allí estaba, horadándome el cerebro como una laptop. El hipérbaton de la calvicie, la inmundicia de la caracterización existencial de cada ser humano reposaba en su pasto putito, en su cacharpa GUGU.
Se ve claramente en episodio uno de la guerra de las sintaxis, que la muchachita ama al glande mucho más que al pequeño. Muchísimo. ¡Es exagerado! Es el éxtasis y sin embargo es la adaptación (Jean Piaget).


Entonces, hacernos creer que era una cucaracha, un insecto, un cervatillo atrapado en la cornisa de la realidad burguesa no disimula su entonces ya roída por los peces canana. Diga el lector la palabra canana, pronúnciela. Lentamente. Canana. Canana. Canana.
¿Suena a queso, verdad, a pirañas, no es cierto? ¿Creen las pirañas en el apocalipsis...? O es comida para viejas rubias que andan en su auto japonés cero kilómetro, nenes de mamá y nenas de palpar. Queso de sándwich CALCAR.