La madre le envió una decena de claveles y una docena de esponjas naiko. De las de filo. Verde claro. Si las vieras bien... Esponjas de las de malla.
Y Patricia lloró como si fuera el último día hábil Nuatsi pequeñito que fue creciendo le dijo al oído: Saco, tus turbulencias me hablan de color rosa, un supermercado no es de verdad, es delicioso parrilla, ¡se exceden! Y Galeano era más bien alto.
Ahí fue que nos fuimos los dos a un cuarto de hotel, de los de almejas y tuvimos un sexo exquisito. Ella llevaba guirnaldas corriéndole por la cien, por la noventa y nueve, por Once. Un barrio pret a porter, como la película de
Y al sonido de un pororó, llegamos extasiados. Levanté la mirada y CAPRICORNIO de los poetas, yugular, ¡¡¡América de Cali!!! Gestos impertinentes de los zagueros, de las mujeres de Kafka.
No supimos qué hacer. Alberto, que había estado semanas encerrado viendo los últimos capítulos del teatro de Darío Víttori, nos dijo: por ello fue que compramos la camioneta, los diecionce litros de pintura dorada y nos dijimos Alberto yo, yo y todos: vamos a pintar el Nuatsi, pero de dorado, como el sol de abril. ¡Eduardo Galeano estaría orgulloso! ¡Brincan! ¡Palpitan! ¡Y Windows Vista!