Paulo Coelho

Quiniela sustantiva. Locro. El ejercicio de una hermenéutica limpia y objetiva se impone. Damos por sentado entonces, sin ningún reparo racional, que Nostradamus ya había visualizado las caídas de las torres gemelas. ¿Acaso Romeo y Julieta no son homólogos vitales, seres que analogan cada una de esas vicisitudes tragicómicas?
Primero cae una y después la otra. Exactamente como pasa en la famosa obra, ya que uno de los amantes muere primeramente y el otro después de éste, ¿sacás? Otro detalle que bien predijo Nostradamus es la relación entre las torres... ¿Acaso Romeo y Julieta no son almas gemelas? ¿Eh? Y el horrendo, dañino y desgarrador odio salvaje y asesino que arrastran a lo largo de la historia los Montesco por los Capuletto, ¿no es una perfecta descripción de lo que pasa entre el mundo occidental y el oriental? ¿No fue acaso Marco Polo que robó los fideos a los chinos? ¿No fueron los japoneses los que bombardearon Pearl Harbor? ¿No fueron los árabes los que inventaron el cero?
La genialidad de la clarividencia se nos presenta como un crocante tótem griego cuando todos recordamos soberanamente el balcón: una pieza arquitectónica clave de la obra de Nostradamus en la cual discurren las portentosas visitas del tierno machito Romeo, a la siempre cautivadora y delicada Julieta. Y el balcón no es otra cosa que el símbolo del encuentro en el aire, en las alturas, ¡lo que luego comprendimos que era la llegada de los aviones! ¡Estaba tan claro!
Pero no comiencen (gárgolas) a aplaudir, no erijan estatuas de contento ante tales revelaciones que les llevo a sus mentecitas. Dejen que les enseñe algo más. Veamos el punto quizás más sobresaliente de nuestra cabalgata épica por los campos de Hermes: el sexo.
En la época ficcionaria en la que tiene lugar el consabido romance entre la mina ésta y el que te dije, el comercio sexual, el lúbrico y lascivo intercambio carnal de fluidos jugosos, estaba psico-socio-económicamente permitido exclusivamente a las personas que la ley habilitase tal desmadre. En la escena VI del acto II, José Ortega y Gasset (sobre todo Gasset) insinúa que pasan la noche como marido y mujer, pero por razones que no vienen al caso, jamás habla de "coito". Y, oh casualidad, las torres gemelas nunca se tocaban, porque estaban erigidas en paralelo, y sabemos hasta el hartazgo que las paralelas se juntan solamente en el infinito. Por supuesto que no pretendo seguir detallando cada una de las empáticas líneas conectoras entre los ejes de cada historia, pero sí subrayar el círculo de la verdad: el aleteo de un oxiuro en Bombay, desata oleadas de bondage y cuerina en Olivares de San Nicolás. ¿Eh?