Gabriela Mistral

Quisiera empezar esta entrada con una pregunta, pero no lo hice. ¿Es posible una literatura que contemple a bocajarro las diferencias socio-culturales que tienen las clases sociales de género en la antropología social? El contacto se muestra como No Conectado, por eso no puedes enviarle un zumbido. Nos fuimos a bailar pero corriendo, ¡como monos en botica! Y mirá lo que pasó: se me acerca toda mimosona como chupando orgullo por el lápiz y me toco (sin tilde) la muñeca derecha con los dedos de la mano derecha. ¿Qué te pasó en el pelo, pendejo puto de celular rojo? Cuando yo tenía tu edad ya me había leído todos los libros que mis docentes ya no MACA TITE SEPI CHOLI BERRETEAGA. ¿Es más importante preocuparte por el pelito o ser culto? ¡Eres un don nadie! ¡Un tentempié de lo más diáfano! ¡Una galleta para tu raza! ¡Y me asusté que me gritaran! ¡Y me revolví toda la vida con los boletos baratos! ¡Pasale llave a la puerta de la oficina y subí la música!


Ahí fue cuando ellas (¿perdiste el inflador de la bici?, ni te preocupes, comprá otro) me envolvieron matemáticamente con su abultado césped de mentirosa cimitarra de cartílago de ballena y todo voló como impulsado por cóndores de gran calibre, de granja como pollos, Legrand de Tinayre. Vayamos a nadar al cielo de la filosofía contemporánea, y me comenzaron a rascar los jardines colgantes de Babilonia. Con asco. Con sorna. Con dones. Controversias. Ventrílocuas ellas, amigos de lo ajeno olvidadizo. Un servidor.
Sumidos en un viaje por las cosas raras de la droga que había traído (que triste llamarse Sancho Panza) Y por fin, no por mucho madrugar llegamos a la montaña de celos. ¿Qué tomás, man?

Moraleja: ¿Comés agua?
Cierto, como agua para cachalotes. Y ellos me terminan odiando.