Juan Rulfo

Es que hace falta comprender las razones por las cuales los rodeos llevan consigo la carga sofocante y la penuria del aseo. La naturaleza propia del ser humano culto (el verdadero héroe de la maledicencia lustrosa de occidente) sobrevive pelo a pelo por las moscas del existencialismo que le soban las últimas grasientas guedejas de piel de pollo al plato navideño.
Y no hace mucho, cuando antaño nos presentamos al Felipe Trigo, durmiendo felices en los laureles de las insensatas sábanas de la madre patria, una porción infinitesimal de que están prontos todos los sábados para emerger y hoy, otra cadena mitológica comienza su efectiva, lenta, cadenciosa y macha perra cortó la soga de la irrealidad por otra mejor: escobas asesinas siempre barren bien. Siempre. Temprano, tarde, aguinaldo, sexo sí, comida no, siempre. Siempre.

Apreciemos el forzoso esquema:

En la parte anteroposterior derecha, aunque no es que yo no diga que si llega a pasar una cuestión que no me gusta es porque el nacional socialismo del norte se viene como vaca a la gramilla. ¿Es por el crónico Papá Noel? ¿No es acaso que el abuelito nunca hace regalos, simplemente los deja? No se pregunta en las callejuelas "¿Qué te regaló Papá Noel?" sino "¿Qué te dejó?". Asistimos, como decostumbre, a las sobras de una mansalva intolerante de fiducias que a menos que sueltes el iPhone, no vas a apercibirte. Ni al día siguiente. Ni al otro. No ni nunca.
¿Y?