Millares de faxes han llegado hasta nuestro nosocomio (gracias vinchi y le hago varios favores a la hermana de tu amigo) pidiendo explicación. Miré el reloj y tengo cincuenta minutos para escribir. Por ello vamos a la historia: tratábase de una madre que despierta en una posada caribeña, untada con estiércol de gatitos y con una particular forma de amnesia que pega fuerte en los films: cada vez que recuerda, pierde la memoria. ¡Vos calentás silla, no me vengas a joder! Si bien la historia es trillada, el desarrollo de los personajes (el botones del hotel que desarma lanzallamas en sus horas libres, la sórdida jubilada cuyo rostro es vomitado continuamente por un anacrónico inca jubiloso, los pasantes del Cirque Du Soleil que follan sin pausa pero por mantener un sueldo digno y una jubilación meritoria, la deslumbrante potranca Ana que aterciopela los penes hambrientos de cuanto sureño se baja del caballo y etcéteras venidas a menos) nos haría suponer que estamos frente a otro ensayo protagonizado por el viejo y peludo cuajo antisistema patriotero. La Coca-Cola y esas cosas (Sprite). Ustedes dirán: "esa película ya la vi". Pero yo estoy hablando de un libro, ¡mongo! Recuperate (justamente no).

El desenlace tiñe todo el material de lo fustigante comercialoide hoy día, dejando pastar a los adoradores de aquel Vicente Huidobro humeante, de levita y gorra (Kangol, ya lo supiste) en una cojonuda machimbre: Dios decide arrojar a Mefisto transformado en dados de generala pero falla, dejando a un montón de emos o personajes de la federación sin cobertura símil chocolate o salsa tipo mayonesa (si no entendiste la metáfora, pensalo como un oxímoron desmoronado).
Y soy un misil, Sánchez. Suéltate el cabello.