Ovidio




Hoy es un día trágico. Nos acaban de pertenecer aquellas cosas húmedas del rancio atardecer intelectual, y hemos sido demasiado tontos como para confirmar tarde nuestro amor por los Pornosonetos de Ramón Paz.

Pedimos disculpas entonces, en forma de la garantía de una licuadora preciosa:

Esta licuadora está protegida contra todo defecto que tenga de fábrica, ya sea en la elaboración de las materias primas, lo que viene luego, o inclusive el final de la hechura de la misma. Si, en un acontecimiento sin precedentes, llegase a romperse o pongámosle que no anduviera lo bien que le dijeron en la tienda de electrodomésticos que le andaría, usted está en todo el derecho, mientras dure la garantía, de llevarla de vuelta y exponer el mal funcionamiento de esta belleza a sus vendedores con la expectativa lógica de que le sea reparada (la licuadora, no la expectativa) o al menos cambiada por dinero u otra licuadora de la que usted desconfiará seguramente. Pero espere, ellos es posible que no tengan culpa alguna de que todo sea medio medio. No se la agarre con el vendedor o la vendedora. Ellos tratan de ganarse el pan de cada día, no tratan de cagarlo a usted ni mucho menos a ella. Un error lo tiene cualquiera. Incluso neurocirujanos profesionales de años. ¿Vale más el error de un neurocirujano que el de un vendedor o vendedora de electrodomésticos? ¿Cuánto? En serio ¿cuánto? ¿Se ha puesto a pensar cuantitativamente en ello? Horror.

Eso sí, si usted no cuida la licuadora, la trata de cualquier manera o no la protege del daño que en cualquier casa puede suceder, (pongámosle niños que meten autitos de metal en la licuadora, porque yo lo haría y ni niño soy), entonces nosotros no nos hacemos responsables, ni menos los vendedores o la casa de electrodomésticos, la fábrica de la licuadora ni la que la inventó (seguro fue una mina) ni nadie más en el mundo. Usted queda completa y absolutamente solo (o sola) y, lo que es peor: bienvenido al mundo adulto.
O adulta. Bienvenida.