Hola, soy un caracol que indaga alrededor de tu madre y de tu Ford, intentándolo con sol, en tinieblas o tractor, augurando un futuro mejor. Pero nadie me engañó (y los ojos entran en un trance etéreo, casi como rubias mexicanas que lamen las barreras del pudor mientras la ropa se traga todo el jabón de la lavadora). Hola, soy un asistente que pervierte a la gente tratándola diferente, a través de sus calientes zonas de perturbación consistente (conociste y conocimos nosotros la voluntad de cada perro atascado en los mares sustanciosos de la vida, ¡qué buenas noticias ahora que te convidamos! ¡convengamos que sí!) y el dolor es la chapa hirviente que golpea los tobillos.
El sonido de la Nostromo. ¿Escuchan el sonido de la Nostromo? Hola, soy el sonido de la Nostromo, agitando todo mi flatulento pomo al son de canciones como aquellas que no digiero ni como (sobre tu lomo es que bailan las personas eficaces de las ocho de la mañana, portafolios, zapatos, corbatas, camisas y traje un octavo más de leche de la que puedas tragar sin pelear).
Otra llamada de larga distancia. Es la Nostromo de vuelta (again). Es como imaginar un nuevo sistema operativo donde letras y fondos sean en un azul intensivo y barato, siniestramente ordinario. ¿Ves la fila larga de gente vendiendo juguetes en la noche de reyes? Llueven lapiceras de las que se comen furiosas todas las faltas ortográficas, soltando espumarajos blancos por la pequeña boca, gruñendo el dolor a medida que comen para no llenarse nunca, comiendo y vomitando, comiendo y vomitando, comiendo y vomitando.
Vemos pasar la Nostromo. Es extraordinaria en cielo abierto. Yo podría mirar al suelo y ver desparramarse las canicas por doquier pero no, prefiero ver la Nostromo.