Stieg Larsson



Si es que un pequeño saltamontes logra acobardarse al finalizar el alba, las manos heladas del suburbio lo aprisionan, le acondicionan la vuelta de tuerca. El piano, y miren hacia el costado izquierdo que supongo, inicia una serie de huevos revueltos a la manteca. Asquerosidad del muslo. Puta traviesa y enhiesta. Una candorosa bolsa de saliva. Polillas girándole la pierna varicosa. Un par de esposas. La sangre se torna podrida encima de la mesa... ¡y se desató la muy guarra! ¡Qué imbecilidad confiar en motosierras prestadas! ¡Granadas! ¡Encías que nunca olvidaré! Y el olor severo del pelo sin lavar. Una gresca de las de antaño. Date otro baño, flaquita puta.

Las vienen a buscar. Bien. Se las llevan. Piso el pedal y no anda. Otro delito. No se supone que me hubiera encendido los dedos del pie hasta que el tabaco estuviese consumido. ¡Mala hora para retroceder, Satán! Bien. Volvamos otra vez al mismo lugar (un tentempié y ya bajo). ¿Penurias? ¡Miles! Tornados, asesinatos, bestias del cooperativismo o del viento y ¡ya me acuerdo! ¡Me vas curando en cada escalón! ¡Proclamémosnos! ¡Es tan bizarro agarrarte que prefiero que nos masturbes por teléfono! ¡Como el siete de espadas! ¡Y nada más que balas!




(En serio) llego a casa embebido en tus nalgas pero triunfante, con el antisudoral en la mano necia. ¿La moral? Me chupa los huevos sin cesar, cada veinte o veinticinco minutos, en ciclos de cada dos trimestres sin sueldo, callada y batiéndose en tus duelos, al molar lo llamé por ser verbo y te cagamos sin saberlo. Despacito. Como un espía. Anticipándome. Por los tubos. Silenciosamente. En cadencias. Papeles tornasol y quejidos imaginarios. Oscuro. Desnudo y crujiente. Hoy levanto la vara docente. Y las rubias de adelante se caen de la silla, piernas abiertas y molleras reblandecidas. Se las están comiendo las hormigas.

¡Se las están comiendo las hormigas!