María Elena Walsh

Rope tirará de la cuerda y la casa se llenará de unas anguilas del color del cemento, brillantes, taciturnas y un órgano tendencioso que suena detrás, como una colmena, dándonos a entender (como los barrotes de la cama de mi Cid Campeador) que las prestaciones se hubieron de ir por canales de interrogatorio y se siente una curiosa mayonesa en las manos, como si de repente el año que viene todo estuviera colmado por tu sabrosa vulva de material impermeable al sollozo. Ni siquiera el terror estará puesto en el ojo de la más pequeña banalidad: tu fatídica conversación sobre los canales de cable y otros canales que eran algo así como canales muertos, porque eran canales donde no había nada para contemplar, a diferencia de los otros canales.


Micaela ¿cuándo no? volará por la ventila vendiéndonos estupefacientes que recorrían sus tetas en este precioso momento de languidez suprema, como un fabuloso cactus sin espinas del tamaño real, el gorro de los pensadores en la fértil Alemania de Kennedy o del chorizo, las frazadas que vienen en viaje para estar a las siete menos cuarto en punto en las charcas de ese sexo mentiroso que nos debe un casillero de cerveza y dos milanesas con abundante limón y carne. Tu bolsa es infinitamente mejor! Dale calor al calor! (festejo del primer acto)



Rope: Vámonos en silla de ruedas, será todo más confortable que al menos.
Profecía: Hermano que hablas desde la razón, ¡déjame quitarme la vida al menos antes de obsequiar mi anestesia a quien me desposará la parte rosa!
Yo: No habrás de ser dejada en magro orgasmo, mujer! Bocado probarás al menos extasiada de mi venoso tótem sacro! Ni te desnudes ni te llenes de aquello pronunciado milagro, que la verdad etérea de Deleuze tiene tus ojos en blanco y tu culito hermosamente diagramado, delicioso electrodoméstico de carne tragaleche.
Naufrag: ¿Esto que suena es shout me out, de tv on the radio?