Hay apenas (hola) pocas cosas que me imbuyen de cierta implacabilidad:
- Lo que es la migraña. Es la sal. Lo que significa deportar como enviando fuera del sitio.
- Que las personas en derredor insistan en dedicarle cierto timing al chimichurri en lugar de analizar grupalmente la palabra abnegación.
- Los adictos ad hoc al supuesto caso de que te encuentre una mañana de estas lamiendo mis guanteletes como lo hacías cuando la NIVEA parecía néctar en tus señoriales.
- Los pulóveres.
- Llegar al ómnibus con cierta apatía y descubrir no sin asombro que el inductivismo nos aparejó una ducha utópica cuando Edith Stein o tiró su cesta en manos de copiosos llaveros de cármica, o logró.
- Y la ligerísima conciencia que tenemos los occidentales de lo planetario. Una miniatura. Las manos de unos músicos alucinantes. Venderse a lo opuesto positivo. Migajas en esta vez, en esta tierra.