Garcilaso de la Vega


¿Te pijoteó el capataz? Así es que el el el el el el el novísimo grito de la moda en libros o filmes ha sido y seguirá por siempre siendo el shockeante hit de Harry Potter y su heptalogía maledicente. En su noveno semestre, llamado Harry Potter y la rey de la putísima madre que te recontra remil parió por el orto, el joven Harry ya ha alcanzado la madurez de sus bonachones espadachines y tratará de convencer a Düsseldorf de que va con diéresis y es capital. Resulta que habiendo ganado una raspadita de cinco mil pesos, Atenea le va con los cuentos a Éfeso de la muerte de Gepetto a manos de los seguidores de Umberto Eco, en tanto Dios convierte los sorrentinos en romanitos, y bajan las nueve muertes (disfrazadas de vejigas de chancho) a masticarle la cabeza al cielo de enero para producir la gestación de un nuevo poeta que hará parecer a Jacques Lacan un cinturón de asteroides afinando una guitarra de doce felpas en la falda del conflicto éste del UNTMRA.

Nuestro finísimo modelo de héroe debe enfrentarse a fuerzas aquí ya vistas en el capítulo primero de este tríptico (la maroma, los preceptos, el faraón, quiste hidático y sístole diatónica, Milagros Herrera y Federico Achugar) con una nueva arma: la angustia del sufragar a mano dormida en las facultades de turno. Sin embargo Harry, a fuerza de cimentar sus pies con semen de clase trabajadora y empanadotas Lokotas, logra destapar la Pilsen de litro y rueda colina abajo durante todo el relato, haciendo las delicias de los tenedores de libros y los cuchillos de cuadernolas fabricadas a la safaçon. Intrépido, locuaz y ya enérgicamente dotado de una perenne miopía más crónica que la menopausia, el habilidoso muchacho mago revienta sistemáticamente sus bolsas de alquitrán en las paredes de las balconeras donde otrora hubo de estos tipos de Carrasco que conocen la playa tanto como la parte de abajo de la mesa del comedor. Hay un par de minitas que meten bola con él (rubias, de culito apretado y botellita de medio litro de agua, caminando por un filoso Punta Carretas sorbiendo 5 mililitros por beso) y luego se enfrenta a su analgésico falso: me quedé sin batería. No, me quedé sin mensajes. O sea, me quedé sin crédito. Si bien no es el final de la obra, ya que Harry boludea inconcientemente con la estratagema de siempre querer irse y siempre querer volver y qué sé yo y no sé qué, quizá no sea de lo mejorcito del lector ni alcance para que los organelos citoplasmáticos desistan, pero deja entrever una apiñada manera de amenizar los aconteceres y mantiene a los jubilados en vilo y a las nenas enmantecadas en los ojazos de una obra extremadamente hembra desnucada literariamente en la pantalla de varios monitores flat (connoto-denoto).