Molière


El uso de la drogadicción en la poesía del siglo XY no es un invento. Pongamos el ejemplo de la adrenalina. Según los avances de la medicina (a la vanguardia de las ciencias occidentales como de costumbre), la adrenalina es toda aquella sustancia que obliga a la persona a dar más y mejor de sí, la impulsa a defenderse contra el miedo, la adversidad, la lucha, le quita el hambre, el mal aliento, las ganas de fumar, la pérdida de sobrepeso, los desajustes hormonales, el acné y le genera una vertiginosa sensación de algarabía que poco tiene que ver con el aparato racional que gobernó en un momento a la gente, por lo que se justifica que el resto de los animales sientan la descarga de adrenalina en el ser humano como una amenaza mismo y le teman a regañadientes. La adrenalina es, literalmente, el agregado de una exageración (del griego a de adicionar y drenalis de exagerar) y es por ello que se ve claramente representada en todos sus factores en el film Rambo III. En un momento en que su facción atraviesa una ruda batalla contra los servios y descubre la traición de su comandante en jefe por un chip robado de las manos de su enemigo mortal, John Rambo voltea la cabeza y encuentra a un mulato que le prende fuego el jeep a cara de perro. Azorado pero dominado por un coraje inexpugnable y su experiencia como brigadier de las Asombrosas Fuerzas Especiales Del Gobierno, nuestro héroe declara: "I'm fucking asshole machine shit you what adrenaline!" literalmente: "Te voy a envolver el culo en una sábana de adrenalina hasta asfixiarte, xenófobo hispanoparlante!" y acto seguido destroza el helicóptero con una fuerte exposición a su particular metralla y a su carácter forzosamente desoído en Vietnam, el Vietcong y todo lo viet. Ahora bien, los egipcios también conocían perfectamente el valor de esta pócima y ya se solía intercambiar en las jornadas de trabajo por sexo o porcelana. Bastaba ver las vacías vestiduras de una pareja al sol en las densas arenas calientes del desierto para darse cuenta en las miradas cómplices de los obreros sonrientes que allí había un intercambio lúbrico y sedicioso de adrenalina. Es probable que Luis hubiera ofrecido sexo y Nora adrenalina. O ver aquellos guiñapos colgando de unas palmeras al viento en un oasis en la mismísima tundra ajada y por los pelos de la barbarie enfocada en un submarinista asesino que ataviado con las pieles del renacimiento, desguazaba las paredes de su celda preso de una notable guarnición que lo cegaba en cuanta actividad higiénica me es posible comprender en tales segmentos de recta mientras sus carceleros tomaban limonada todos entre los cinco trypanosomas cantando las canciones que tan de moda estuviesen aprendidas durante la llamada por teléfono celular móvil a un candidato sin fronteras que nos proveerá un verano de paz y discordia mientras tecleamos al blog en la carpa y la vecina de al lado deja el baño como una ferruginosa bocanada de estaño y papel maché incrustando sus gritos de pavoroso candor a la hora en que los niños deberían serpientes al río Nilo que les quedaba a unos cuantos minutitos de lomo de mula.