Ray Loriga

Dejá las ojotas afuera de la carpa, no me importa. ¿Afecta la ley SOPA a la literatura culta y de empeño? No. ¡Oh! ¿Y por qué no? Porque aún no arrancó. Y no quiero desperdiciar la oportunidad para dirigirme a vosotras (con setas fritas en ajo) desenvainando una fabulosa misión: hacerte notar lo innombrable de los pies de la muchacha en la propaganda gráfica de Pimentón. Hagamos realidad: la chica es lujuria viva, es candor poderoso, es calor oneroso y oraciones a Shiva, es manjar mocoso y moñitas con saliva, untar la palanca de cambios con miserables codicias. Toda ella, su prestancia, su atrevimiento casual, su titilar de aves en infancia cerrada, una curva que pita sin tuca, una ojiva que cae de los cielos y otras virutas, nos llaman cuando la vemos estampada en la parada. Sus caderas de melocotón, su boquita de traga rosas, sus bracitos de celenterado y sus pechitos como médanos de hielo y dulce de membrillo casero hecho en domingo de Pascuas, nos deleitan a la altura misma de la luz de mil libros con olor a óxido. Todo esto muy bien encajado en la ropa interior que el dueño de Pimentón (o la dueña, porque soy re abierto al matete este de género) exhibe a través del cuerpo de la guachita. Pero... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...  ¿vieron sus pies? ¿Y los dedos en ellos? ¿Qué crean al verlos? ¿Qué imaginan los pendejos? ¿Te fijaste en esos dedos? ¡Gepetto! ¡Solo! ¿Toda su vida solo y con materia prima y herramientas para tirar para arriba? ¡Se hace un muñeco! ¡Y está clavado, muchacho! ESTÁ CLAVADO.


La pregunta que queda por hacernos entonces es: ¿cómo pude ponerle un tilde a la mayúscula? ¿Seré Satán? ¿Será que estudié un poquito más que tu hermana? ¿Será que entre los millones de herejes que bailan pegoteados al ritmo de Motörhead o José Luis Rodríguez (Le pium), yo puedo ubicar el tilde y denostarlo en una palabra que se lo merece? Miren los pies de la minita y me cuentan.