Charles Bukowski

Por supuesto, corremos pero con la seguridad del Minotauro. Si bien la identidad del desenvolvimiento nos ha hecho aproximarnos a una geografía objetiva del alcance máximo que atravesó la geopolítica coyuntural, no hemos hecho tanta justicia a los territorios que proponen un saber tan arduo como lo es el límite indivisible entre la naturaleza del escenario y la naturaleza del significante puro (o como dirían los colegas del oeste "la naturaleza de la reserva"). En todos estos años en que se propuso una dimensión desinteresada de aquel paradigma de la celda constructora de su propia desvinculación, la diferencia entre la síntesis de una noción que ya vivimos como parapléjica y los conceptos que manaban ad libitum por las propias superficies de la continuidad fronteriza, ha quedado atravesada por las simples amenazas de una referencia que deja heridas las tramas de un camino ya de por sí azaroso, cuando no vetusto o demasiado amnésico. Entonces emergen preguntas desde el techo del laberinto: ¿no habíamos entrevisto esta misma calamidad cuando vivíamos el desborde de la alegría que llamábamos "sugerencia"? ¿O es que estamos cegados por el exiguo "coraje minimalista" que planteaba aquella permanencia desterritorializada? El discurso diverge desde las manos del Minotauro cuando la nueva pared se transforma en la inercia de lo disímil, y esto es así si no fundamentamos una reconstrucción trascendental en los albores de una presencia que sea pedagógicamente inherente y, al mismo tiempo, una intensidad etérea por la que pasa el conjunto que diagrama otra objetividad de la inmanencia, la plausibilidad y la dispersión funcional. Entonces emerge una pregunta desde el piso del laberinto: ¿no dormíamos cuando el otro país sin nombre atacaba sus propias fisuras de lo complejo con aquellos lentos procedimientos silenciosos? El Minotauro se niega a alimentarse. Mientras no forjemos (el que a hierro mata, a hierro muere) una opción de hecho sugestivo que nos permita aceptar el deceso de su propia servidumbre, seremos simples marionetas cronológicas adaptadas a un eufemismo que nos va devorando en arcadas del poder que presuntamente debería sanarlo. Y nos digiere en la furiosa emancipación que nos deslinda de la precariedad del significante, poniéndonos como agua para chocolate en una estasis que convoca a una necesidad sin presencia, sin secuestradores ni circularidades, mientras el Minotauro diseña una cita con su heredero sin manos ni cuernos. Victoria para el laberinto.